Musulmanes estrictos -y acogidos legalmente como refugiados, a diferencia de los ilegales y perseguidos hispanos-, los somalíes han provocado graves problemas laborales al exigir el abandono de las líneas de producción las cinco veces al día que les exige su religión para rezar, en horarios, que, por añadidura, nunca son fijos, sino que van cambiando a lo largo del año. El problema alcanzó el paroxismo cuando el pasado Ramadán, los somalíes exigieron, además de las cinco interrupciones diarias, dejar el trabajo con antelación al horario estipulado con el fin de llegar a tiempo de la ruptura del ayuno. ¿Qué factoría podía sostener la producción en esas condiciones?
Unos rezan, los otros trabajan
No, desde luego, JBS USA, una multinacional brasileña de procesamiento de carne que lleva dos años lidiando con un gravísimo problema en sus factorías en Estados Unidos: el de intentar mantener en funcionamiento las cadenas de producción con una plantilla que ha pasado a estar formada mayoritariamente por somalíes de religión islámica que abandonan el trabajo cinco veces al día, nunca con el mismo horario, y que, por añadidura, dejaron los puestos de trabajo para cumplir con las costumbres del Ramadán. ¿Y quién paga el pato? El resto de trabajadores de la cadena, especialmente, los hispanos y los sudaneses negros cristianos que deben cubrir el trabajo que sus devotos y desafiantes compañeros islámicos se niegan a realizar ‘por mandato de su religión’.
Grupos de derechos civiles admiten la gravedad del reto planteado puesto que, a diferencia de cristianos o judíos, no es un problema que se pueda resolver con permisos para celebrar las fiestas religiosas específicas una vez al año, o con un día libre a la semana, sino que el conflicto se repite cinco veces al día, con horarios distintos cada vez, y con un mes entero en el que se recrudece la exigencia de privilegios -o de irrenunciables derechos, según los demandantes.
Oleada de demandas por discriminación religiosa
La grave pugna, a la que nadie ha sido capaz de encontrar solución definitiva ante la intransigencia, los plantes y los abandonos no autorizados del trabajo por parte de los somalíes, ha derivado en un conflicto de derechos civiles. Los sindicatos se han puesto del lado de los refugiados políticos para lanzar una oleada de demandas por discriminación religiosa ante los despidos acometidos por JBS después de que cientos de somalíes decidieran lanzar el órdago de abandonar las líneas de producción en ruptura de acuerdos previos. “En cualquier momento que no estoy rezando, estoy dañando mi relación con Dios”, declaraba un somalí a la prensa para justificar su comportamiento, que piensa defender en los tribunales con una demanda por discriminación religiosa.
Mientras, la cadena de producción se mantiene, curiosamente, por el eslabón más débil, el de los hispanos, protagonistas involuntarios de la llegada de los miles de somalíes musulmanes. En efecto, fueron las redadas contra los inmigrantes ilegales las que despojaron de trabajadores latinos a estas factorías, y su hueco fue rellenado con los somalíes, que, a diferencia de los latinos, llegaban como refugiados y, por tanto, con todos los derechos. Incluido, al parecer, el de las prebendas y concesiones preferenciales sobre el resto de los trabajadores como consecuencia de su religión. Mientras, los empresarios maldicen ya de forma más o menos abierta el día en que sustituyeron a los hispanos deportados con los somalíes recién llegados.
Minnesota, bajo la sharia
Por todo el país, la inmigración de decenas de miles de refugiados somalíes ha provocado extraordinarios conflictos de convivencia, en especial en estados donde, como en Minnesota, se han agrupado y copado varios sectores laborales. Cajeras de supermercado que exigen ser sustituidas por otras compañeras porque se niegan siquiera a tocar un paquete de cervezas o de perritos calientes; taxistas que rechazan a pasajeros que porten una botella de vino o, incluso, medicinas o productos de limpieza que contengan alcohol; chóferes públicos que no permiten el acceso a los vehículos a invidentes con sus perros lazarillos (ND); universitarios epilépticos acosados por estos fieles africanos que se niegan a compartir centro con el perro que les ayuda a superar los ataques de su enfermedad (ND)... la lista es interminable y ha dado lugar a espectaculares pulsos negociadores de unas autoridades forzadas a respetar los "inalienables" derechos religiosos de los recién llegados.
A todo ello se une el desasosiego social con el espectral espectáculo de miles de mujeres somalíes cubiertas de negro de pies a cabeza. La alcadesa de una de las localidades implicadas en el conflicto admitía su "prejuicio", pero no se privaba de denunciar la “intranquilidad” que causa tanto en ella como en sus vecinos vivir en medio del trasiego desafiante de tanto velo negro en sus pueblos, arropando las protestas de quienes, nada más ser acogidos con todos los derechos y todos los papeles, acusan de islamofobia y racismo a quienes precisamente continúan en las fábricas, cubriendo sus ausencias religiosas, y trabajando sin tanto rezo ni tanto tiempo extra para romper ayunos.
Fuente: Nuevo Digital.com
Autor: Javier Monjas - Madrid
Fotografía: Refugiados; Haji y su familia en Springfield, Massachusetts. National Somali Bantu Organization
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