miércoles, 30 de septiembre de 2009

Expertos aconsejan evitar leyes de difamación religiosa

La legislación anti difamatoria podría implicar abusos e injusticias, afirman defensores de la libertad religiosa.

Al referirse a los alcances de la legislación propuesta contra las expresiones de odio, los miembros de la Comisión de Expertos de la Asociación Internacional de Libertad Religiosa prepararon el borrador de una declaración que expresa que las leyes religiosas son innecesarias durante el undécimo encuentro anual del grupo.

Las leyes internacionales sobre derechos humanos existentes son un medio suficiente de proteger a los grupos religiosos contra las expresiones de odio que podrían resultan en discriminación o violencia, acordaron los miembros durante las conversaciones llevadas a cabo del 1 al 3 de septiembre en la sede central de la Iglesia Adventista y en otros lugares de Washington, D.C.

La declaración se produce en un momento cuando los organismos internacionales tales como las Naciones Unidas apoyan la creación de leyes específicas contra las expresiones de odio con el objetivo de evitar delitos motivados por el odio religioso.

Si bien los expertos están de acuerdo con la motivación que esconden esas leyes, afirmaron que su implementación podría resultar contraproducente, porque violaría las libertades individuales de expresión, que incluyen el derecho a criticar las creencias y prácticas religiosas.

"Si bien hay leyes que ya garantizan la libertad religiosa, si me siento ofendido, puedo apelar a esta otra ley que invalida la primera", dijo Robert Seiple, ex embajador de los Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional. "Las buenas leyes y los buenos abogados no garantizan una buena conducta", añadió.

La declaración reitera las conclusiones alcanzadas por los miembros de la comisión cuando se reunieron por primera vez a analizar el tema el otoño pasado en Bucarest, Rumania. Sin una definición universalmente aceptada de qué constituye difamación religiosa, los expertos creen que las leyes que buscan eliminar las expresiones de odio podrían ser implementadas de manera desigual y arbitraria.

Si bien algunos miembros del panel, como por ejemplo Rosa María Martínez de Codes, docente de la Universidad Complutense de Madrid, acordaron que tiene que existir un "margen de respeto" por las diversas creencias, el panel concluyó que el diálogo y la educación, en lugar de la legislación, pueden contribuir mejor a desarrollar esta actitud.

Entre varias sugerencias, la declaración propone que el gobierno y los líderes educativos y religiosos fomenten "la comprensión, la tolerancia, el respeto y la amistad" entre los miembros de diversas religiones.

"Tenemos que elevar nuestro pensamiento más allá del común denominador de la tolerancia básica a la verdadera comprensión", dijo Seiple.

La declaración también hace un llamado a los defensores de los derechos humanos para que "supervisen atentamente" la implementación de las leyes de difamación religiosa ya aprobadas para evitar cualquier "consecuencia contraproducente".

Los miembros esperan que en adición a los expertos de derechos humanos y a las Naciones Unidas, la declaración alcance a los miembros de las agencias no gubernamentales y a las cabezas de estado.


Fuente: ANN / Adventist News Network

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domingo, 13 de septiembre de 2009

Sotomayor es la sexta católica en la Corte Suprema de los Estados Unidos

Sonia Sotomayor logró ascender a la Corte Suprema, es la sexta católica en el máximo tribunal, pero aun así aportaría algo de diversidad pues los católicos no son homogéneos: algunos van a misa religiosamente, otros son sólo feligreses ocasionales.

Sotomayor, quien fue a una escuela parroquial, se ha abstenido de dar declaraciones sobre su fe desde que fue nominada por el presidente Barack Obama.

La Casa Blanca ha dicho solamente que ella "actualmente no pertenece a ninguna iglesia o parroquia en particular, pero asiste a servicios religiosos con su familia y amistades en ocasiones importantes".

Por ello se le puede considerar una "católica cultural", alguien que se identifica con el catolicismo y sus tradiciones pero no acude a los servicios religiosos periódicamente.

Más de la mitad de los católicos estadounidenses nunca o rara vez van a misa, y por lo general tienen puntos de vista más liberales en cuanto al aborto, el matrimonio entre homosexuales y otros temas que sus pares más religiosos.

En la Corte Suprema, los jueces que van a misa regularmente son John Roberts (el presidente del tribunal), Antonin Scalia, Clarence Thomas y Samuel Alito. Uno de los hijos de Scalia es sacerdote. Roberts fue a La Lumiere, una escuela católica privada en La Porte, Indiana y su esposa es miembro activo de Feminists for Life.

Thomas, que en otros años consideró unirse al clero y se inscribió brevemente en un seminario, por algunos años fue a una iglesia episcopal pero luego regresó a la grey católica. El juez Anthony Kennedy usualmente vota a favor de la tendencia conservadora pero en algunas ocasiones ha dado el voto decisivo en contra. Es asiduo a la misa anual conocida como "Red Mass" que se celebra para los profesionales de las leyes en la Arquidiócesis de Washington.

Otros dos jueces _ Ruth Bader Ginsburg y Stephen Breyer _ son judíos. Cuando se jubile el juez David Souter, un episcopalista, John Paul Stevens será el único protestante en el alto tribunal.

Sotomayor se graduó de la Escuela Secundaria Cardenal Spellman en el Bronx en 1972, una época en que las monjas aun llevaban hábitos, niños y niñas tenían clases separadas y era frecuente que los maestros preguntaran a los jóvenes si sentían el llamado a dedicarse a Dios.

Sergio Sotolongo, ex compañero de clases de Sotomayor en la escuela secundaria y en la Universidad de Princeton, dijo que en esa época ir a la iglesia era algo natural.

"Yo también soy de ascendencia hispana y en esa época era difícil ver a una familia hispana que no iba regularmente a misa", dijo Sotolongo, quien se crió en el este de Harlem y ahora dirige un grupo de ayuda a estudiantes.

En Princeton, recordó Sotolongo, la misa más popular era la de las 4 de la tarde los domingos y allí vio a Sotomayor "un par de veces".

En 1976, Sotomayor se casó con su novio de la secundaria, Kevin Noonan, en la Catedral de San Patricio. Se divorciaron siete años después y no se sabe si ella buscó una anulación.

Como hija de puertorriqueños, Sotomayor es un ejemplo de la creciente presencia de los hispanos en la Iglesia Católica. Según varios estudios, los hispanos católicos en Estados Unidos tienden a ser más liberales en temas de justicia social como inmigración, pero más conservadores en temas morales como el matrimonio.

La fuerte presencia católica en el máximo tribunal es una tendencia notable en un país donde esa religión hasta hace no mucho era despreciada.

Pero de ninguna manera la religión de un juez ha sido un factor decisivo en su tendencia de voto.

Ha habido jueces católicos sumamente liberales en la Corte Suprema, como William J. Brennan, y jueces católicos sumamente conservadores, como Antonin Scalia. Brennan, quien estuvo en la Corte de 1956 a 1990, respaldaba el derecho al aborto y se oponía a la pena de muerte. Aun así, hay gente que vislumbra factores religiosos detrás de algunas decisiones judiciales.

En el 2007, el tribunal decidió por cinco votos a favor y cuatro en contra mantener la prohibición federal sobre el aborto de nacimiento parcial. Los cinco jueces que votaron a favor de la prohibición eran todos católicos.

Pero hay muchos que sostienen que la religión no es un factor.

"No existe tal cosa como 'un juez católico'", declaró el juez Scalia en un discurso en el 2007.
"Me parece que mi fe católica escasamente afecta mi trabajo en la corte", expresó.

"Al igual que no hay una manera 'católica' de cocinar una hamburguesa, no creo que haya opinión mía alguna que hubiera sido distinta si yo no fuera católico", añadió Scalia.

- Otra Católica a la Corte Suprema de los EE.UU

Fuente: iEspaña.es (adaptado)

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martes, 1 de septiembre de 2009

El 'burka' llega a nuestras puertas. Por Nicole Muchnik

El uso del velo integral -la ocultación, la no visibilidad de la persona- choca y perturba a los occidentales y plantea el dilema de la tolerancia frente a prácticas religiosas discutidas incluso por los musulmanes.

Para una mujer occidental es muy difícil hablar del burka con frialdad, con la cabeza y no los sentimientos, por lo mucho que nos afecta esa ostentación de sumisión, de servidumbre de la mujer, esa negación extrema de la igualdad entre los sexos. Sin embargo, el problema se encuentra a nuestras puertas. Ya no se trata sólo de simpatizar con nuestras hermanas iraníes, saudíes o yemeníes, que sufren latigazos y lapidaciones, sino de saber qué corresponde pensar y hacer cuando el burka está entre nosotros. Sabemos más o menos lo que ocurre en los países que aplican la sharía, aunque sea difícil hacerse una idea exacta, es decir, ponerse en el lugar de las mujeres sometidas a esos regímenes.

En Afganistán, país del burka por excelencia, la prenda fue introducida a principios del siglo XX por los pastunes. "Es talla única, te presiona terriblemente en la cabeza, no ves el suelo que pisas y pierdes el sentido de la orientación", dicen Anna Tortajada, Mónica Bernabé y Mercé Guilera, que lo han probado. Las secretarias, enfermeras, maestras, han abandonado su trabajo y viven condenadas a la miseria si no cuentan con el sostén de un hombre. Las viudas se dedican a la mendicidad callejera o a la prostitución. Ninguna mujer puede salir a la calle si no va acompañada de su padre, ni acudir a la consulta de un médico varón, ni aspirar a la educación. Las escuelas de niñas, más o menos clandestinas, son objeto de atentados con bombas.

Arabia Saudí, calificada como "la mayor cárcel de mujeres del mundo" por Wajeha Al Huweidar, periodista saudí y activista de los derechos humanos, es el país del niqab, una prenda de pesada tela negra que permite ver mediante una pequeña ventanita a la altura de los ojos. Las mujeres pasan toda su vida bajo la tutela de un hombre: marido, padre, abuelo, hermano o hijo. No tienen derecho a conducir, ni a solicitar un préstamo, ni a viajar sin la autorización del marido o de un hombre de su familia; ni siquiera a pasear solas, so pena de ser detenidas. Tampoco están autorizadas a acompañar a su marido a actos sociales. En los transportes públicos, no pueden entrar por el mismo acceso que los hombres. Una mujer de 70 años a la que la moutawa, la policía religiosa, sorprendió en su casa con dos jóvenes, de los que uno era su hijo de leche, de 24 años, y el otro un vecino que había ido a llevarle pan -un delito llamado khilva-, fue condenada por un tribunal a 90 latigazos.

Más que el burka afgano, es el niqab de obediencia salafista el que podemos ver hoy en las calles de Francia, Dinamarca, Alemania y otros países europeos.

En Francia, la rama de los Renseignements Généraux (RG) (los servicios de inteligencia) encargada de la vigilancia del islam radical tiene censadas a 367 mujeres que llevan el velo completo. Una estadística poco creíble si, por otro lado, se cree que hay entre 30.000 y 50.000 salafistas, entre ellos varios miles de mujeres que llevan velo, y a las que hay que añadir las del Tabligh, otro movimiento fundamentalista y pietista. La más joven de las que llevan el velo completo tiene cinco años. Sólo en Vénissieux, modesto barrio a las afueras de Lyon, circula un centenar de mujeres con velos negros. En Marsella, el 25 de junio, alrededor de unas 15 jóvenes se exhibieron en un centro comercial en un acto de militancia salafista cuyo propósito era "provocar a la sociedad y a su familia".

Estas mujeres plantean un problema en los hospitales, donde algunos médicos han recibido amenazas físicas de maridos que pretenden decidir si su mujer puede dar a luz mediante cesárea. Plantean un problema a la hora de emitir todos los documentos de identidad, en los matrimonios y otras formalidades necesarias para la obtención de los derechos sociales, en el uso de los bancos, los controles en los aviones, la escolarización de las niñas, dado que, en nombre de la laicidad de la escuela pública, "se prohíben las grandes cruces, las quipás, los pañuelos islámicos, sea cual sea el nombre que se les dé". Plantean un problema para los profesores, que no saben a quién devuelven a la niña que ha estado a su cargo. Plantean también un problema de seguridad, algo no despreciable en un país amenazado por los integristas argelinos. Y plantean un problema cuando, como en Italia, los salafistas exigen piscinas para mujeres y, como en Holanda, hospitales musulmanes. "El islam político trata de instaurar un apartheid de sexos en las sociedades libres europeas", dice la escritora turca Necla Kelek.

El movimiento salafista era completamente ajeno a los cinco o seis millones de musulmanes residentes en Francia, originarios del norte de África. Pero en cinco años, según los RG, el salafismo ha atraído tantas conversiones como el Tabligh, el otro movimiento integrista, en 25. Se ha desarrollado a partir de una idea de ruptura -política y religiosa- con Occidente y sus costumbres "corruptas". Para Dounia Bouzar, antropóloga e investigadora asociada al Observatorio del Hecho Religioso, "cuando está en tela de juicio la religión musulmana, todo el mundo deja de aplicar los criterios de razonamiento habituales. Esos grupúsculos que dicen ser salafistas no se inscriben en la historia musulmana, sino que son una derivación moderna, de este último siglo. Toda la estrategia de los salafistas consiste precisamente en hacer pasar sus discursos totalitarios por simples mandamientos religiosos".

Más allá incluso de la legítima consideración de los derechos de la mujer o de los derechos humanos, el velo integral, la ocultación, la no visibilidad de la persona con la que nos cruzamos y a la que hablamos es algo que choca y perturba al occidental, dicen los psicólogos. Sin ese mínimo vínculo corporal no hay relación social posible. "Lo que me inquieta del burka es que estoy siendo observada por una persona que me impide que la observe. Allí donde se encuentra, el burka constituye un atentado contra el buen equilibrio entre dos almas", escribe Agnès Gouinguenette en Golias, una revista de cristianos de izquierda. Occidente se ha esforzado y se sigue esforzando por integrar al otro, por hacer de él su igual en toda circunstancia. El velo nos remite a una alteridad total, a un rechazo absoluto.

"El burka no es bien recibido... No podemos aceptar en nuestro país a mujeres prisioneras detrás de una rejilla, aisladas de toda vida social, privadas de toda identidad. No es ésa la idea que tiene la República Francesa de la dignidad de la mujer", decía hace poco Nicolas Sarkozy en Versalles.

¿Pero dónde está la solución? ¿Acaso una ley contra el burka no supondría llevar a primer plano el temor a una muy hipotética invasión de Francia por los musulmanes integristas? Mientras la Asamblea Nacional crea una comisión informativa sobre el velo integral, Mohammed Moussaoui, presidente del Consejo francés del culto musulmán, recuerda "que ningún texto coránico ordena llevar el burka ni el niqab, que en Francia sigue siendo un fenómeno marginal". Partidario de "una labor pedagógica y de diálogo para convencer a las mujeres de que se incorporen a la práctica del islam moderado", Moussaoui considera, como muchos ciudadanos, que la prohibición sería contraproducente y difícil de aplicar. "¿Vamos a detener a las mujeres que lleven el burka por la calle y obligarlas a quitárselo? Eso hará que la mayor parte de ellas se queden en su casa". Además, si bien es fácil legislar cuando la integridad de la persona está en peligro, como en el caso de la ablación de las niñas, la poligamia y las transfusiones de sangre para salvar vidas de niños, es mucho más difícil cuando se trata de personas adultas convencidas de que se respetan a sí mismas al llevar el velo.

En Francia, como en Alemania, son a menudo francesas y alemanas de origen musulmán, o conversas recientes, las que escogen el burka o el niqab, y aseguran que lo hacen con toda libertad y hasta que se sienten más libres con esa "protección" frente a la mirada de los hombres. ¿Son todos presuntos violadores en potencia? Podemos preguntarnos cómo es posible que estas jóvenes sean capaces de adoptar una prenda que es una provocación pero que no tiene grandes consecuencias para ellas, sin pensar en sus hermanas de Oriente, para las que simboliza la peor de las opresiones. Para Elisabeth Badinter, "sea subversión, provocación o ignorancia, el escándalo es, más que la ofensa de vuestro rechazo, el bofetón que dais a todas vuestras hermanas oprimidas, que -ellas sí- corren peligro de muerte por disfrutar de unas libertades que vosotras despreciáis".


Fuente; ElPaís.com
Autor: Nicole Muchnik (Túnez) es periodista y pintora. Cursó estudios de Psicología y Etnología de l’Ecole Pratique des Hautes Etudes. París. Periodista (Nouvel Observateur 1967-1974). Periodista free lancer : Le Monde Diplomatique, Le Sauvage, El País, Letra Internacional, Letras Libres… Desde 1997, se dedica también a la pintura y Fotomontajes.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

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