Estamos mal acostumbrados a ser totalmente libres en la internet, a decir lo que queramos sin consecuencias, a conseguir gratuitamente cualquier información, a bajar videos y canciones sin costo, a que no haya censura y a destruir en Twitter y Facebook la reputación de cualquiera que proponga restricciones cibernéticas. Pero hay notables esfuerzos de gobiernos y autoridades en todo el mundo para tratar de restringir nuestra libertad internetiana.
Las rebeliones en Túnez, Egipto, Libia y Siria han sido posibles gracias al poder multiplicador de Twitter.
Un grito de protesta se convierte en millones con un clic del celular. Hace cinco años había el mismo descontento en esos países pero no había Twitter.
Las protestas estudiantiles en Chile, los indignados de España, y los manifestantes por la paz en México tienen en la internet su principal aliado. Ya no hay un Pinochet, un Franco o un PRI que censure, detenga y mate por decir en voz alta lo que se dice en la cama y en la cocina.
Las redes sociales le han dado un medio de comunicación a cada ciudadano. Esto es nuevo y bienvenido. Los cantantes, escritores y políticos que tanto decían saber lo que quería la gente ya no tienen especular e inventar; basta con que lean en su laptop lo que dicen de ellos –incluyendo los insultos más burdos y los chismes más disparatados– en tiempo real sus fans, lectores y gobernados.
Pero nos equivocamos al creer que la internet es totalmente libre. De hecho, es más libre en algunos países que en otros. Traten de hablar, por ejemplo, de la represión en el Tíbet y verán como el gobierno chino bloquea esos mensajes en mandarín y cantonés. Los comentarios anticastristas de la valiente periodista Yoani Sánchez son tolerados en Cuba debido a que muy pocos cubanos pueden leer su blog y sus tweets dentro de la censurada isla. Y la dictadura siria está bloqueando los videos de su represión contra opositores en la que ya se llama “la primera guerra por youtube”.
En Arabia Saudita está en la cárcel un periodista de 23 años, Hamza Kashgari, por escribir cuatro tweets dirigidos al profeta Mahoma. En uno dice: “He amado tu rebeldía”. En otro: “No me gustan los halos de divinidad en torno a ti. No debería rezar por ti”. Por eso Kashgari fue arrestado, mientras trataba de escapar vía Malasia, y enfrenta la pena de muerte en la horca por “blasfemia”. Hay una campaña mundial para salvar su vida.
En Alemania está prohibido publicar por cualquier medio de información que defienda o promueva el movimiento nazi. Muchos países castigan fuertemente cualquier tipo de pornografía infantil cibernética y hay constantes presiones gubernamentales para evitar que sitios de internet se conviertan en prostíbulos virtuales. Y tanto el Congreso de Estados Unidos como el de México han considerado nuevas leyes contra la piratería cibernética.
En Corea del Sur acaban de acusar formalmente a un activista de 23 años de edad por retwitear varios mensajes del gobierno comunista del Corea del Norte. Lo que para él fue un caso de “sarcasmo” y de libertad de expresión, el gobierno surcoreano lo consideró como difusión de propaganda enemiga. Y ni se les ocurra hablar mal del rey de Tailandia.
Acabo de pasar unos días en Bangkok y hay fotografías del rey Bhumibol Adeulyadej por todos lados. Sorprende, sin embargo, que nadie critica al rey en Tailandia a pesar de haber estado en el poder 65 de sus 84 años de edad. Insultar al rey significa cárcel. Esa es la ley dentro y fuera de las redes sociales.
La realidad es que Twitter, Facebook, Google y YouTube, entre otras empresas, prohíben mensajes e información catalogada como “ilegal” por distintos gobiernos. Twitter, en un esfuerzo por ser más transparente que otras compañías, tiene una nueva política en que avisa cuando borran un comentario (reemplazándolo por un mensaje que diga Tweet Withheld).
Pero si esta política de censura de Twitter se hubiera impuesto antes de la primavera árabe, no estoy tan seguro que el dictador Hosni Mubarak estaría ahora en una cárcel en Egipto y Moammar Kadafi muerto. Twitter puede tumbar dictadores y monarquías y por eso a sus regímenes les interesa restringirlo.
La tecnología es neutral. La energía atómica puede generar electricidad en millones de casas o destruir las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Todo depende de cómo se use. Lo mismo ocurre con la internet. La gran diferencia es que el uso de las armas y tecnología nuclear sigue en manos de los gobiernos mientras que las redes sociales están ya por todos lados y da la impresión que nadie las controla.
La idea de una internet absolutamente libre es muy atractiva y hasta revolucionaria. Estoy a favor de limitaciones mínimas; para proteger a niños de la pornografía, evitar el tráfico de seres humanos y proteger el trabajo intelectual y artístico. Pero me preocupan mucho los nuevos esfuerzos por limitar políticamente la internet y las redes sociales. Las democracias del futuro dependen de un flujo libre de información y de un debate totalmente abierto.
¿Internet libre, libre, libre? Sí, sí, sí.
Fuente: ElNuevoHerald.com
Autor: Jorge Ramos Ávalos (México, 1958-) es un periodista, que trabaja como conductor de Noticiero Univisión (1985-). Es uno de los más importantes periodistas de la industria mediática hispanófona en los Estados Unidos.
Cuando la cadena de televisión más grande de México, Televisa, censuró su primer reportaje, decidió emigrar al norte. Ha publicado nueve libros: Detrás de la Máscara, Lo Que Vi, La Otra Cara de América, A la Caza del León, Atravesando Fronteras, La Ola Latina, Morir en el Intento, El Regalo del Tiempo y Me Parezco Tanto A Mi Papá - Me Parezco Tanto A Mi Mamá.
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Las rebeliones en Túnez, Egipto, Libia y Siria han sido posibles gracias al poder multiplicador de Twitter.
Un grito de protesta se convierte en millones con un clic del celular. Hace cinco años había el mismo descontento en esos países pero no había Twitter.
Las protestas estudiantiles en Chile, los indignados de España, y los manifestantes por la paz en México tienen en la internet su principal aliado. Ya no hay un Pinochet, un Franco o un PRI que censure, detenga y mate por decir en voz alta lo que se dice en la cama y en la cocina.
Las redes sociales le han dado un medio de comunicación a cada ciudadano. Esto es nuevo y bienvenido. Los cantantes, escritores y políticos que tanto decían saber lo que quería la gente ya no tienen especular e inventar; basta con que lean en su laptop lo que dicen de ellos –incluyendo los insultos más burdos y los chismes más disparatados– en tiempo real sus fans, lectores y gobernados.
Pero nos equivocamos al creer que la internet es totalmente libre. De hecho, es más libre en algunos países que en otros. Traten de hablar, por ejemplo, de la represión en el Tíbet y verán como el gobierno chino bloquea esos mensajes en mandarín y cantonés. Los comentarios anticastristas de la valiente periodista Yoani Sánchez son tolerados en Cuba debido a que muy pocos cubanos pueden leer su blog y sus tweets dentro de la censurada isla. Y la dictadura siria está bloqueando los videos de su represión contra opositores en la que ya se llama “la primera guerra por youtube”.
En Arabia Saudita está en la cárcel un periodista de 23 años, Hamza Kashgari, por escribir cuatro tweets dirigidos al profeta Mahoma. En uno dice: “He amado tu rebeldía”. En otro: “No me gustan los halos de divinidad en torno a ti. No debería rezar por ti”. Por eso Kashgari fue arrestado, mientras trataba de escapar vía Malasia, y enfrenta la pena de muerte en la horca por “blasfemia”. Hay una campaña mundial para salvar su vida.
En Alemania está prohibido publicar por cualquier medio de información que defienda o promueva el movimiento nazi. Muchos países castigan fuertemente cualquier tipo de pornografía infantil cibernética y hay constantes presiones gubernamentales para evitar que sitios de internet se conviertan en prostíbulos virtuales. Y tanto el Congreso de Estados Unidos como el de México han considerado nuevas leyes contra la piratería cibernética.
En Corea del Sur acaban de acusar formalmente a un activista de 23 años de edad por retwitear varios mensajes del gobierno comunista del Corea del Norte. Lo que para él fue un caso de “sarcasmo” y de libertad de expresión, el gobierno surcoreano lo consideró como difusión de propaganda enemiga. Y ni se les ocurra hablar mal del rey de Tailandia.
Acabo de pasar unos días en Bangkok y hay fotografías del rey Bhumibol Adeulyadej por todos lados. Sorprende, sin embargo, que nadie critica al rey en Tailandia a pesar de haber estado en el poder 65 de sus 84 años de edad. Insultar al rey significa cárcel. Esa es la ley dentro y fuera de las redes sociales.
La realidad es que Twitter, Facebook, Google y YouTube, entre otras empresas, prohíben mensajes e información catalogada como “ilegal” por distintos gobiernos. Twitter, en un esfuerzo por ser más transparente que otras compañías, tiene una nueva política en que avisa cuando borran un comentario (reemplazándolo por un mensaje que diga Tweet Withheld).
Pero si esta política de censura de Twitter se hubiera impuesto antes de la primavera árabe, no estoy tan seguro que el dictador Hosni Mubarak estaría ahora en una cárcel en Egipto y Moammar Kadafi muerto. Twitter puede tumbar dictadores y monarquías y por eso a sus regímenes les interesa restringirlo.
La tecnología es neutral. La energía atómica puede generar electricidad en millones de casas o destruir las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Todo depende de cómo se use. Lo mismo ocurre con la internet. La gran diferencia es que el uso de las armas y tecnología nuclear sigue en manos de los gobiernos mientras que las redes sociales están ya por todos lados y da la impresión que nadie las controla.
La idea de una internet absolutamente libre es muy atractiva y hasta revolucionaria. Estoy a favor de limitaciones mínimas; para proteger a niños de la pornografía, evitar el tráfico de seres humanos y proteger el trabajo intelectual y artístico. Pero me preocupan mucho los nuevos esfuerzos por limitar políticamente la internet y las redes sociales. Las democracias del futuro dependen de un flujo libre de información y de un debate totalmente abierto.
¿Internet libre, libre, libre? Sí, sí, sí.
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Autor: Jorge Ramos Ávalos (México, 1958-) es un periodista, que trabaja como conductor de Noticiero Univisión (1985-). Es uno de los más importantes periodistas de la industria mediática hispanófona en los Estados Unidos.
Cuando la cadena de televisión más grande de México, Televisa, censuró su primer reportaje, decidió emigrar al norte. Ha publicado nueve libros: Detrás de la Máscara, Lo Que Vi, La Otra Cara de América, A la Caza del León, Atravesando Fronteras, La Ola Latina, Morir en el Intento, El Regalo del Tiempo y Me Parezco Tanto A Mi Papá - Me Parezco Tanto A Mi Mamá.
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te felicito jorge eres admirable vas al punto que dios te guarde siempre
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