Digámoslo claramente: a los cristianos los están persiguiendo y matando en algunos países islámicos ante la inactividad de sus Gobiernos en algunos casos y con su tolerancia o su abierta participación en otros. La violencia contra los coptos en Egipto se acrecienta cada día y el Gobierno parece incapaz de detenerla. El pasado domingo hubo 24 muertos y más de 200 heridos en El Cairo durante una manifestación pacífica en protesta por el ataque contra una iglesia días antes. Estos son sólo dos acontecimientos de las últimas semanas. La lista podría seguir según veamos lo ocurrido desde comienzos de año.
El ciclo de revueltas árabes -cada vez es más difícil llamarlo revoluciones- y el progreso nuclear iraní han aumentado la represión sobre las minorías étnicas, lingüísticas y, cómo no, religiosas. En Egipto, en Yemen y en Libia los islamistas van ganando terreno y están secuestrando los procesos de cambio. El contrabando de las armas robadas de los arsenales de Gadafi se ha disparado: en Egipto y en la Franja de Gaza se ha localizado parte del armamento que falta. Los cambios en los países islámicos no están generando más libertad sino más caos y, en medio de la inestabilidad, quienes lo terminan pagando son los grupos más vulnerables, especialmente los cristianos. Aproximadamente el 10% de los egipcios son coptos y sus líderes no terminan de creer las promesas que ahora les hace el Gobierno.
El problema no es sólo político sino también cultural: allí donde los islamistas radicales se hacen con el poder, a los cristianos les va francamente mal. El Estado los va abandonando -en el mejor de los casos- o los va hostigando hasta que se marchan, se mueren o, simplemente, se agotan y desaparecen por envejecimiento. ¿Cómo están los cristianos en Pakistán? ¿Y en el territorio afgano controlado por los talibán? Peor aún es el caso de aquellos que se convierten y deciden seguir a Cristo: a esos los espera la huida -si son afortunados- o la muerte. Que se lo pregunten a Magdi Cristiano Allam o a Youcef Nardakani, que se enfrenta a la pena de muerte en Irán por el terrible delito de haberse convertido al cristianismo y haberse hecho pastor.
El Islam tiene poco que ver con todo esto, pero los islamistas radicales parecen empeñados en demostrar lo contrario. Sin duda, existen musulmanes moderados y no todo el mundo islámico es igual. Ahora bien, el problema es real y la comunidad internacional debe intervenir para atajarlo. Se debe facilitar el asilo político de los cristianos perseguidos que lo soliciten, se debe apoyar política y económicamente a las instituciones cristianas en los países islámicos -iglesias, asociaciones, universidades, fundaciones- y se debe exigir a los Gobiernos de países islámicos el respeto a las minorías cristianas, es decir, la igualdad entre sus ciudadanos sean o no musulmanes. No podemos seguir jugando al escondite con la intolerancia religiosa en Egipto, en Irán, en Pakistán... El mismo derecho que cualquiera debe tener de convertirse al Islam debe tenerlo para cambiar de religión o no profesar ninguna en absoluto. No caben ni pretextos culturales ni excusas religiosas para lo que es una exigencia de la dignidad humana: Nadie debe ser perseguido ni sufrir por causa de la religión.
La semana pasada y las anteriores han sido los coptos en Egipto o un pastor evangélico en Irán, ¿quiénes serán los próximos?
Fuente: ElImparcial.com
Autor: Ricardo Ruiz de la Serna, es analista político, abogado y profesor de técnicas de la propaganda y de la comunicación política de la Universidad CEU-San Pablo.
Fotografía: Féretros de cristianos coptos muertos / ElEconomista.mx
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El ciclo de revueltas árabes -cada vez es más difícil llamarlo revoluciones- y el progreso nuclear iraní han aumentado la represión sobre las minorías étnicas, lingüísticas y, cómo no, religiosas. En Egipto, en Yemen y en Libia los islamistas van ganando terreno y están secuestrando los procesos de cambio. El contrabando de las armas robadas de los arsenales de Gadafi se ha disparado: en Egipto y en la Franja de Gaza se ha localizado parte del armamento que falta. Los cambios en los países islámicos no están generando más libertad sino más caos y, en medio de la inestabilidad, quienes lo terminan pagando son los grupos más vulnerables, especialmente los cristianos. Aproximadamente el 10% de los egipcios son coptos y sus líderes no terminan de creer las promesas que ahora les hace el Gobierno.
El problema no es sólo político sino también cultural: allí donde los islamistas radicales se hacen con el poder, a los cristianos les va francamente mal. El Estado los va abandonando -en el mejor de los casos- o los va hostigando hasta que se marchan, se mueren o, simplemente, se agotan y desaparecen por envejecimiento. ¿Cómo están los cristianos en Pakistán? ¿Y en el territorio afgano controlado por los talibán? Peor aún es el caso de aquellos que se convierten y deciden seguir a Cristo: a esos los espera la huida -si son afortunados- o la muerte. Que se lo pregunten a Magdi Cristiano Allam o a Youcef Nardakani, que se enfrenta a la pena de muerte en Irán por el terrible delito de haberse convertido al cristianismo y haberse hecho pastor.
El Islam tiene poco que ver con todo esto, pero los islamistas radicales parecen empeñados en demostrar lo contrario. Sin duda, existen musulmanes moderados y no todo el mundo islámico es igual. Ahora bien, el problema es real y la comunidad internacional debe intervenir para atajarlo. Se debe facilitar el asilo político de los cristianos perseguidos que lo soliciten, se debe apoyar política y económicamente a las instituciones cristianas en los países islámicos -iglesias, asociaciones, universidades, fundaciones- y se debe exigir a los Gobiernos de países islámicos el respeto a las minorías cristianas, es decir, la igualdad entre sus ciudadanos sean o no musulmanes. No podemos seguir jugando al escondite con la intolerancia religiosa en Egipto, en Irán, en Pakistán... El mismo derecho que cualquiera debe tener de convertirse al Islam debe tenerlo para cambiar de religión o no profesar ninguna en absoluto. No caben ni pretextos culturales ni excusas religiosas para lo que es una exigencia de la dignidad humana: Nadie debe ser perseguido ni sufrir por causa de la religión.
La semana pasada y las anteriores han sido los coptos en Egipto o un pastor evangélico en Irán, ¿quiénes serán los próximos?
Fuente: ElImparcial.com
Autor: Ricardo Ruiz de la Serna, es analista político, abogado y profesor de técnicas de la propaganda y de la comunicación política de la Universidad CEU-San Pablo.
Fotografía: Féretros de cristianos coptos muertos / ElEconomista.mx
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